Ascendiendo a Nuevas Alturas en Cristo
- Henley Samuel

- Sep 1
- 2 min read
21 de febrero de 2025

El amor inquebrantable y la presencia de Dios ofrecen consuelo y fortaleza. Él nos recuerda que nunca estamos realmente solos, y Sus promesas permanecen firmes, ofreciendo un faro de esperanza en los momentos más oscuros. Esta meditación explora el poder transformador de Jesucristo, demostrando cómo podemos acceder a la fuerza divina y vivir victoriosamente.
El Poder Reconciliador de Cristo
Colosenses 1:19-20: "Porque a Dios le agradó habitar en él con toda su plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, tanto las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre que derramó en la cruz."
A través de Jesucristo, la plenitud de Dios habita entre nosotros, cerrando la brecha entre la humanidad y la divinidad. Antes del sacrificio de Cristo, el pecado creó un abismo que nos separaba de la santa presencia de Dios. Pero mediante Su muerte en la cruz, Jesús expió nuestros pecados, reconciliándonos con el Padre. Esta reconciliación no es solo un concepto espiritual; es una realidad tangible que transforma nuestras vidas. Significa que ya no estamos alejados de Dios, sino que hemos sido llevados a una comunión íntima con Él. Esta reconciliación va más allá de nuestra relación con Dios; también impacta nuestras relaciones con los demás e incluso con nosotros mismos. Trae integridad y sanidad a cada aspecto de nuestro ser. La paz que Cristo estableció con Su sangre no es una tranquilidad superficial; es una seguridad profunda del amor y la aceptación de Dios, una paz que sobrepasa todo entendimiento.
Hebreos 12:24: "A Jesús, el mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel."
La sangre de Abel, derramada por su hermano Caín en un acto de celos y furia, clamaba por justicia y venganza. Representaba la ruptura de la humanidad, las consecuencias del pecado y la separación entre Dios y el hombre. Sin embargo, la sangre de Jesús, derramada voluntariamente en la cruz, habla un mensaje muy diferente. Habla de perdón, misericordia y redención. Da inicio a un nuevo pacto, una nueva era de gracia y reconciliación. Mientras la sangre de Abel clamaba por retribución, la sangre de Jesús clama por restauración. Nos ofrece limpieza del pecado, sanidad para nuestras heridas y la promesa de vida eterna. Esta "mejor palabra" es un mensaje de esperanza y transformación, invitándonos a entrar en una relación con Dios basada en el amor y la gracia, no en la condenación.
El Templo Interior: Morada de Dios
1 Corintios 3:16: "¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?"
No somos meramente seres físicos; somos seres espirituales alojados en cuerpos terrenales. Y más aún, somos templos del Dios viviente. El Espíritu Santo, la misma presencia de Dios, reside en cada creyente, haciéndonos moradas sagradas de lo Divino. Esto no es una metáfora; es una realidad espiritual. Así como los antiguos israelitas reverenciaban el Templo en Jerusalén como la morada de Dios, ahora estamos llamados a reconocer la santidad de nuestros propios cuerpos. Este entendimiento transforma cómo nos vemos a nosotros mismos y cómo vivimos. Nos capacita para resistir el pecado, abrazar la santidad y caminar en el poder del Espíritu. Saber que llevamos la presencia de Dios dentro de nosotros debe llenarnos de asombro y reverencia, inspirándonos a vivir vidas dignas del llamado que hemos recibido.
1 Corintios 6:17: "Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él."
1 Corintios 6:19: "¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?"
Por la fe en Jesucristo, estamos unidos al Señor, siendo un solo espíritu con Él. Esta unión no es meramente simbólica; es una realidad espiritual profunda que lo cambia todo. Ya no somos individuos separados esforzándonos por alcanzar a Dios; estamos íntimamente conectados a Él, compartiendo Su vida y poder. Esta conexión tiene profundas implicaciones para nuestra vida. Porque estamos unidos a Cristo, ya no nos pertenecemos. Hemos sido comprados por precio—la preciosa sangre de Jesús—y ahora le pertenecemos a Él. Esta pertenencia no es restrictiva, sino liberadora. Nos libera de la esclavitud del pecado y nos capacita para vivir para la gloria de Dios. Nos da una nueva identidad, un nuevo propósito y una nueva esperanza. Ahora somos hijos de Dios, herederos de Su reino y templos de Su Espíritu Santo. Esta realización debe transformar cada aspecto de nuestra vida, desde nuestros pensamientos y acciones hasta nuestras relaciones y prioridades.
Conclusión
Somos templos del Espíritu Santo, unidos a Dios por la sangre de Jesús. Este conocimiento nos capacita para vivir con confianza, paz y fe inquebrantable, sabiendo que nunca estamos solos.
Reflexiona sobre esto:
¿Cómo puedes fortalecer tu conciencia de la presencia del Espíritu Santo en ti?
¿Cómo puedes aplicar prácticamente la autoridad que tienes en Cristo para superar los desafíos diarios?
Oración:
Padre Dios, te doy gracias por el regalo de tu Hijo, Jesucristo, quien me reconcilió contigo. Reconozco que soy tu templo, lleno del Espíritu Santo. Declaro sanidad, paz y fortaleza sobre mi vida, sabiendo que estoy conectado a ti y empoderado por tu gracia. Camino en la autoridad de Cristo, venciendo todo obstáculo en Su nombre. Amén.
Puntos Clave:
Estamos conectados a Dios a través de Jesucristo.
La sangre de Jesús habla perdón y establece la paz.
Somos templos del Espíritu Santo, moradas de Dios.
Tenemos autoridad en Cristo para superar desafíos.
Nuestra conexión con Dios nos capacita para vivir victoriosamente.
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